De acuerdo a las últimas estimaciones del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia en diciembre de 2020 la pobreza infantil llegará al 62,9%: 8,3 millones de niños y niñas serán pobres. De ellos, 2,4 millones vivirán en la indigencia, es decir, no podrán acceder a la canasta básica de alimentos, no tendrán satisfecho el mínimo de necesidades energéticas y proteicas que requiere un ser humano para vivir.
Vivir en la pobreza significa no tener acceso a condiciones y servicios básicos y elementales para el desarrollo de una vida digna. Es no tener agua potable, ni una cama donde descansar. Es además no poder ir a la escuela, ni acceder al cuidado indispensable de la salud, es no contar con un resguardo del frío y la lluvia. Vivir en la pobreza extrema significa no tener garantizada ni siquiera la alimentación necesaria para sobrevivir.
Explicar las consecuencias de no tener un plato de comida en la mesa parece una obviedad. Para cualquier persona adulta, pasar hambre y tener una alimentación inadecuada tiene consecuencias gravísimas en su salud, nutrición y bienestar. Para niños, niñas y adolescentes, que se encuentran en pleno crecimiento y desarrollo, estas consecuencias se agravan dramáticamente.
La malnutrición infantil tiene distintas formas: la desnutrición, los desequilibrios de vitaminas o minerales, el sobrepeso, la obesidad, y las enfermedades no transmisibles relacionadas con la alimentación, son algunas de ellas. Un niño afectado por cualquier tipo de malnutrición se encuentra expuesto a un estremecedor listado de problemas asociados: retrasos en el crecimiento, problemas en su desarrollo cognitivo y emocional, prevalencia de enfermedades a lo largo de la vida y hasta la muerte.
Por déficit o por exceso, la malnutrición tiene implicancias en las personas y en las sociedades. Consecuencias económicas, sociales y sanitarias que son graves y de largo plazo.
Abordar la pobreza infantil implica tomar acción sobre las múltiples vulneraciones de derechos que implica para los niños. Es imprescindible que el Estado implemente las políticas públicas necesarias para que ningún niño, niña o adolescente deba enfrentarse al desolador escenario cotidiano de no saber si va a comer.
Las niñas y los niños no pueden seguir esperando. No es posible aceptar ni un día más que un niño busque en la basura algo que comer o mendigue en una esquina las sobras de un almuerzo ajeno. Como sociedad no podemos permitir que ningún niño más pase otro día más sin saber si va a desayunar o almorzar. Hay un futuro posible si cada uno de nosotros hace hoy su acción por la niñez. El Estado debe cumplir su parte y cada uno de nosotros puede dar un paso por la protección. Sin un presente digno para niños y adolescentes, no habrá futuro esperanzador para nadie.