30.09.16

Detener el ciclo de la violencia es posible

El 02 de Octubre se conmemora el Día Internacional de la No violencia. En nuestro país más de 5.000.000 de niños y niñas sufren violencia en sus hogares a diario. Todos podemos hacer algo para detener el ciclo de violencia que los afecta.



Diez años pasaron desde la aprobación por la Asamblea General de la ONU del Estudio sobre la Violencia contra los Niños y, si bien se han realizado avances en relación a evitar y sancionar diferentes prácticas violentas que atentan contra la integridad psicofísica de niños y niñas, aún hay miles de ellos que las sufren a diario.
En el transcurso de estos diez años hemos sido testigos de un gran consenso desde el Estado en relación a la necesidad de proteger a los niños y niñas. Esto se ha visto reflejado en la promulgación de leyes y en la creación de diferentes mecanismos de denuncia y atención a esta problemática. Éste que era un paso necesario, no fue suficiente. Llegó el momento de que estos avances sean acompañados por políticas públicas que den respuestas a la protección de la niñez desde la prevención y la asistencia.
 
La violencia hacia los niños y niñas sigue estando en todas partes, en el seno familiar, en la comunidad, en las instituciones. La privacidad de los ámbitos donde transcurren las prácticas violentas adquiere una connotación muy importante. En el ámbito familiar, el más privado e impermeable de todos, las modalidades de crianza y las prácticas aprehendidas y transmitidas de generación en generación condicionan directamente el desarrollo integral de niños y niñas.
En la infancia, la figura del adulto adquiere una connotación que, con el paso del tiempo, nos resulta dificultoso dimensionar. Para un niño o niña, el adulto representa la figura de amor, de protección y cuidado, aquella capaz de generar la seguridad y confianza necesarias que le permiten crecer y desarrollarse. Por eso mismo, el impacto que tiene la naturalización o el cuestionamiento de la violencia en la crianza afecta las posibilidades de desarrollo futuro de los niños y niñas. La capacidad que tenga un niño o niña de establecer lazos familiares desde el amor, el cuidado y la protección, está directamente vinculada con la posibilidad de reproducción de este modelo.
 
Cuando la función protectora del adulto se altera y quienes deben proteger, contener y acompañar el desarrollo son quienes ejercen violencia, los niños y niñas quedan expuestos a una gran fragilidad y vulnerabilidad emocional. La violencia pasa a formar parte de su cotidianeidad y se instala como modalidad vincular naturalizada en las relaciones humanas. Así, el círculo de violencia comienza a tomar forma y desde aquí crece y se reproduce.
 
Ningún tipo de violencia es justificable y ningún tipo de violencia debe tolerarse. La violencia es violencia y tiene consecuencias a corto, mediano y largo plazo en todas sus formas. No existen formas más leves o menos graves, un grito, una descalificación, un cachetazo, un empujón, un zamarreo, una burla o un tirón de pelo, sólo por mencionar algunas, constituyen formas de violencia. Un niño o niña que crece en un contexto de violencia familiar tiene altas probabilidades de repetir ese modelo en su vida adulta. Este  proceso no sólo es devastador para el niño o niña lo es también para nuestro futuro como sociedad.
 
El cambio será posible si se desarrollan estrategias de prevención que no sólo apunten a instalar modelos de crianza con la afectividad como eje central sino que además nos comprometan a todos a accionar ante la identificación de una conducta violenta.
 
Paradójicamente, la violencia, al igual que el derecho de protección, es el elemento igualador de la niñez. Todos los niños y niñas son víctimas de  prácticas violentas que atraviesan todos los estratos sociales.
 
El momento es hoy. Cada uno de nosotros debe optar por el paso hacia la protección o hacia la violencia, no existe la neutralidad en este tema. Detener el ciclo de la violencia y construir un futuro de protección es posible.