13.10.17
¿De qué hablamos cuando hablamos de negligencia y de maltrato psicológico contra los niños?
El impacto que tienen estos tipos de violencia es alto. Además de interferir en el desarrollo pleno, estar expuesto al abuso emocional o al trato negligente, genera consecuencias graves y perdurables.
A diario, millones de niños y niñas son víctimas de violencia en sus hogares. Algunas formas de violencia pasan inadvertidas, sobre todo para quienes las ejercen o son testigos de las mismas. La negligencia y el maltrato psicológico son dos de ellas. Lo invisible de estas violencias, aumenta el sufrimiento de quienes las padecen en su vida cotidiana, profundiza las marcas que deja y debilita las posibilidades de sobreponerse.
En ambos casos, se trata de patrones de conductas que son ejercidos por los adultos responsables del cuidado de los niños y niñas. La negligencia refiere al cuidado inadecuado continuo y a la falta de protección que los niños requieren para su desarrollo integral. La falta de higiene, la mala nutrición, la falta de controles médicos, las ausencias reiteradas a la escuela, la vestimenta inadecuada a las condiciones climáticas, la ausencia de adultos que cuiden, los accidentes por descuidos, la exposición a materiales audiovisuales sin supervisión y/o en exceso, son solo algunas de ellas.
El maltrato psicológico es el que se realiza a través de amenazas, gritos, frases de menosprecio e intimidación, apodos, chantajes emocionales y humillaciones. Hace sentir al niño que es despreciado e incapaz. Incluye tanto la “violencia verbal” como el ser testigo de actos violentos. Es el que mayor dificultad presenta para su identificación y abordaje. Muy frecuentemente la violencia emocional lleva consigo otras formas de maltrato, aunque también puede presentarse de manera aislada. En todos los casos transmite al niño el mensaje de ser inútil, defectuoso, no querido, estar en peligro, o de ser sólo valioso en la medida en que satisface las necesidades de otra persona.
El impacto que tienen es alto y negativo. Además de interferir en el desarrollo pleno, estar expuesto al abuso emocional y/o al trato negligente, genera consecuencias graves y perdurables. Al no dejar marcas visibles y no tener indicadores específicos, los niños y las niñas quedan indefensos y en muchos casos, sin nadie que ponga en palabras lo que les ocurre, lo que impide revertir la situación.
La negligencia a veces se confunde con pautas culturales y al maltrato psicológico con formas de disciplinamiento. La violencia, en todas sus formas, es una práctica aprendida. Muchas veces quienes ejercen violencia no puede ver el sufrimiento que provocan, porque fueron educados de ese modo y por lo tanto lo tienen naturalizado. En estos casos el trabajo sostenido para desmitificar y asesorar en nuevas pautas de crianza y modos de vinculación más asertivos y afectivos genera cambios positivos y reduce las consecuencias. En otros casos, de mayor gravedad, se deben tomar medidas más firmes para proteger la integridad de los niños.
La protección de los niños no puede esperar. Es necesario mirar con más atención a los niños que nos rodean, que los escuchemos y estemos alertas para detectar cuando algo no anda bien. Los niños siempre dan señales de que algo les provoca sufrimiento y ante eso ningún adulto debe ser indiferente. Solo así podremos informar nuestras sospechas a la autoridad competente para que puedan evaluar e intervenir según la situación concreta.
Cada uno de nosotros puede hacer algo para detener el ciclo de violencia que amenaza y condiciona la vida de los niños y niñas en nuestro país.